-Sabes,
deberíamos quedar los cuatro de nuevo.
-¿Sergio,
Miriam, tú y yo?
-Sí.
¿No te apetece?
Pues no,
quiso decir la chica. No le apetecía mirar de nuevo a Sergio, y más cuando
le evitaba cada vez que le veía en el
instituto. Y otra cosa era Gabriel. Seguro que con la mala suerte que tenía se
atragantaría con la comida, tiraría un vaso al suelo o se tropezaría con la
pata de una silla.
Definitivamente,
no iba a salir con ellos.
-Sí,
claro.
Aquella
respuesta, escueta, le supo de poco al chico. ¿A ella no le apetecía quedar con
él y hablar? Tal vez podría comentárselo a Sergio para que les dejasen solos. Y
así que surgiera lo que tuviera que surgir.
Aunque
no le convencía del todo.
Ella
misma le acababa de decir que no quería entrar en el instituto. A lo mejor era
para escapar de las últimas clases y no para estar con él, cómo había estado pensando
todo el rato.
¡Vaya!
Qué
complicado era entenderla…
-Paula,
¿por qué has botado?
-Por
culpa de Miriam.
-¿Cómo?
-Pues
eso-respondió, un poco malhumorada. No sabía por qué, pero no le gustaba que
ella y Gabriel se tuviesen que haber juntado sólo por haber botado. Esperaba
que el chico le invitase a pasear una tarde, pero ni siquiera se había dignado
a hablarle después de lo del otro día.
-Porqué
quería saltar y me ha metido a mí-prosiguió.-Y mira, aquí estoy, y ella allí.
-¿Y
si ella se tira por un puente tú también?
Eso
le puso de peor humor. Gabriel lo había dicho intentando que ella se riese,
pero por lo que observó, no era un buen momento para reír. Por eso, con las
mejillas completamente coloradas, Paula bisbiseó:
-Qué
gracioso eres Gabriel.
Al
final, ninguno de los dos habló. Estaban molestos. Cada uno por algo diferente,
pero por razones parecidas. La palpable tensión hacía que el camino hacia ningún
lado se hiciese mucho más incómodo de lo normal.
Paula
no soportaba que él se lo tomara todo a la ligera, y él no aguantaba que Paula
lo cogiera todo a mala leche. Tal vez los polos opuestos eran ellos y ni
siquiera se habían dado cuenta.
-¿Se
puede saber qué te pasa conmigo?-explotó el moreno.
Frenaron
el paso, quedándose en mitad de la calle con la mirada perdida el uno con el
otro.
¿Que
qué le pasaba?
Pues
muchas cosas…
-¿A
mí?
-No,
¡a mí!
-Pues
nada. ¿Y a ti, qué te pasa?
-Mira,
Paula, a mí no me pasa nada. Eres tú la que ni se digna a mirarme por los
pasillos, ¡ni siquiera en el patio!
También
era verdad. Pero tenía sus razones. Gabriel no le había hablado, y él también
le giraba la cara de vez en cuando…
No
sabía ni qué pensar. Estaba demasiado nerviosa, demasiado para pensar con
claridad y pedirle perdón a Gabriel. Desde aquel baile en el hotel de Ámsterdam
ansiaba algo que no tenía ni idea de qué se trataba.
De
repente, la letra de una canción le vino a la mente; y aquello pareció ablandar
su ácido comportamiento últimamente.
Tal parece que yo me
acostumbré a ti en un solo día,
Que te ando extrañando
cómo si hace años que te conocía,
Tal parece que yo en un
solo baile te entregué mi vida,
Tal parece que el sentimiento
venció las reglas que había…
A
lo mejor era eso. Y lo único que esperaba era a Gabriel. Tal vez los días en Ámsterdam
eran más anhelados de lo que ellos pensaban.
Aquí
parecía que la naturalidad no surgía igual.
-Yo…
Empezaron
a caminar, pero no se dieron cuenta de que cruzaban un paso de peatones en
rojo. El cuerpo de la chica avanzó más que el de él, por eso mismo, y con una
rapidez que le pareció asombrosa, cogió en volandas sus caderas y la salvó del
coche que no tenía intenciones de parar.
El
rostro de ambos quedaron a pocos centímetros, igual que sus corazones, que
bombeaban al unánime; acelerados.
¿Y
ahora, qué?