lunes, 22 de febrero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#6
—¿Ahora quién tiene miedo, Sergio?—achacó Miriam riendo. Ella y Gabriel habían ganado.
Paula bebió de su segunda Coca-Cola mientras el chico se defendía de los continuos ataques de su amiga. Gabriel, a su lado, le miraba casi sin pestañear.
No sabía si el alcohol del único cubata que había tomado le estaba pasando factura. ¿Qué le habían puesto a aquello? ¿Por qué no podía dejar de observar cada movimiento suyo? Se estaba volviendo loco, de eso, estaba seguro.
—¿Te has maquillado?—inquirió, curioso.
Se había fijado en ella nada más verla en el hall, pero sus gafas ocultaban un tanto del maquillaje. Ahora que se las había quitado y se había hecho un moño como en la mañana anterior, podía ver todos sus rasgos perfectamente.
—Sí, un poco—le respondió, tímida.
Le daba vergüenza que le preguntase aquello de tal manera. ¿A caso no podía maquillarse? ¿Se estaba riendo de ella?
No, eso no.
—Te queda muy bien.
¿Le estaba tomando el pelo?
—¿Te estás burlando?—preguntó, un poco ofendida. Dejó la Coca-Cola en el sitio y le miró con ojos despiertos.
—¿Qué? ¡No! Lo digo enserio. Te queda bien, te hace más mayor.
—¿De normal parezco una niña?
Gabriel le miró sorprendido. ¿Por qué le daba las vueltas a todo? Tan solo le había dicho que estaba muy guapa. Bueno, eso, técnicamente no. Pero él lo pensaba de esa manera, ¿por qué no se daba cuenta?
—No Paula, tan solo digo que te queda bien.
—Ah, vale—asintió, con una sonrisa jugueteando en sus  labios.—Gracias.
Se le subieron los colores hasta las mismas raíces del pelo. Parecía un tomate, seguro. Bajó la cabeza a sus zapatos planos y disimuló como una actriz en pleno rodaje. Una actriz absurda, se dijo él, pues ya le había visto.
Aun así, se sintió culpable de aquella escena, e intentando relajar el ambiente, bromeó:
—Aunque no te pases mucho con la base, parecerás una puerta.
Paula rio ligeramente, se acomodó en la silla de madera y giró su cuerpo al de él. ¿Se había acercado más o era cosa suya?
—Qué profesional del maquillaje.
—Ya—se carcajeó.
Empezaron una conversación de cosas sin importancia. Una tontería por aquí y otra por allá. No obstante, ninguno dejó el diálogo de lado. Si no eran de cosas de Paula, eran cosas de Gabriel. Estudios, familia, aficiones… ¿Qué importaba? Los dos hablaban sin parar, ajenos a las miradas curiosas de sus amigos, y los chismorreos por su parte.
¿Desde cuándo los dos tenían tanta confianza?
Paula estaba a gusto, plena. No tenía prisa por irse, ni siquiera miró el reloj por ver si sería demasiado tarde para llegar al hotel. Algo demasiado común en ella. No le importó que fuesen la una de la madrugada, que ya debería de estar por el tercer sueño y que, al día siguiente, se lamentaría de haber dormido menos de ocho horas. 
Gabriel miraba continuamente sus gestos, su manera de hablar y la vitalidad que desprendía por todos lados. ¿Por qué no se dejaba conocer con otras personas como lo hacía con él? No tenía cara de tener muchos amigos, ni tan siquiera sabía su nombre aquella mañana cuando despertó. Seguro que, si se proponía hacerse de notar, poco duraría en conseguir su objetivo.
Mientras aquellos pensamientos deambulaban en sus cabezas, el otro par de jóvenes hablaban sobre ello.
—Oye, tu amigo va a saco con Paula.
—¿Gabi? Qué va. Nunca...
—¿Y por qué dices eso? Si Paula es guapísima. Es normal que se haya fijado en ella.
Sergio asintió. Paula era guapa, lo sabía.
—Ya Miriam, pero no me refiero a eso.
—¿Cómo?
—Que a Gabi no le van ese tipo de rollos. Un lío de una semana, y si dura. Con eso ya tiene bastante.
—No me lo creo—murmuró convencida.
Ya se había dado cuenta desde el almuerzo el flirteo del moreno con su amiga. Ahora, que otra cosa es que Paula se hubiese dado cuenta, que para esas cosas le costaba demasiado…
—Pues créetelo.
—¿Quieres apostar? A lo mejor vuelves a perder.
—No creo, en esta gano—aseguró, convencido.
Enseñó los dientes a través de sus labios, alzando las cejas de manera chulesca. Sabía que iba a vencer en la apuesta. Conocía a su amigo desde párvulos. ¿Le iba a decir Miriam, a él, quién era su amigo de toda la vida?
—Vale, lo que tú quieras. La puja subirá cada día cincuenta céntimos.
—¿Hasta qué?—preguntó sacando la cartera.
—Hasta que los veamos de la mano, proclamando su amor, u odiándose—contestó con felicidad y ojos soñadores.
—De verdad que eres una moñas.
—Ya, ya. Pero yo ganaré.

lunes, 15 de febrero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#5
El local era algo oscuro. Demasiado para Paula, pero lo obvió. Debía pasárselo bien, tenía que hacerlo. Se fijaron en todo lo que les rodeaba: mesas de billar, barra de bar, mesas pequeñas, un futbolín, millones de máquinas, mesas rodeadas de gente jugando a las cartas… y sobre todo: mucha juventud.
Aquello les impresionó, pero no más que les dejasen entrar. Con el carné de Sergio y una sonrisa pícara de Miriam había sobrado. Menuda seguridad.
Los chicos y Miriam se pidieron un cubata cada uno, Paula una coca cola, y algo desventada.
—¿Echamos una de billar?—preguntó Gabriel.
Se acercaron hacia la única mesa que estaba libre y sacaron las bolas, más los tacos. Mientras todo era colocado el rubio dijo con una socarrona sonrisa:
—¿Chicos contra chicas?
—¡Claro!
—¿No creéis que os vamos a pegar una paliza?
Miriam alzó las cejas y le miró con ojos cansados.
—Eres un vacilón.
—No. Tan solo digo la verdad—sonrió.
Paula negó con la cabeza mientras aquellos dos discutían. Miró a Gabriel colocar las bolas en el triángulo y se fijó lo guapo que estaba. Espera, ¿qué?
No está guapo, se reprendió. Está normal, como ésta mañana.
—Gabi, tú y yo contra estos dos—dijo Miriam haciendo sobresaltar a Paula. ¿Ella con Gabi?
—Eso, y tú, Paula, conmigo—Sergio le rodeó los hombros a la turulata castaña, que miraba a su compañero de juego, distante.
El moreno miró a su amigo, después a Paula, luego a Miriam y más adelante otra vez a Paula. ¿A qué venía ese cambio de rumbo?
—A mí me da igual, os voy a ganar de todas formas—mintió. No le daba igual, claro que no. Él quería ir con Sergio, ¿o con la pareja de Sergio?
Con Sergio, claro.
—Eso habrá que verlo—dijo Paula alzando el taco.
—¿Quién empieza?
—Nosotros, Paula ¿tú primera?—le respondió a Miriam.
—Vale.
—¿Qué va a ser?—preguntó Gabriel.
Paula miró la mesa, las bolas amontonadas en un triángulo perfecto y su amiga sonreírle desde el otro lado. La gente alborotada mientras jugaban y a Gabriel otearle fijamente. Le dio a la bola blanca, y una rayada entró por la esquina derecha.
—Rayadas—contestó, mirándole a los ojos. Dirigió la vista a Sergio y se agachó para colocarse. Situó el taco entre sus dedos, deslizándolo unas cuantas veces. Al final, empujó de nuevo la bola blanca, que golpeó la 10, y ésta la 15, y se deslizaron ambas por la misma esquina.
—¡Joder!—exclamó Sergio riendo.
El otro joven le miró bajo sus pestañas, asintió sonriendo hacia ella y le dio paso para continuar. El hecho de que supiese jugar al billar le hacía atrayente. ¿Un movimiento tan simple como fruncir el entrecejo y mirar una pelota blanca debía ser tan seductor?
No, se repitió de nuevo, negándose la visión de Paula.
Esta vez, la chica probó con la bola número nueve, pero el final no dio resultado. Quedó justo al lado de la misma esquina por donde las otras dos habían entrado.
—Nos toca—exclamó Miriam. Se adelantó antes de que Gabriel le dijese lo contrario y con un movimiento bastante brusco, le dio a la bola blanca.
Quiso hacer una jugada parecida a la de su amiga, sin embargo, se quedó en la nada. La bola golpeó el número 13, y ésta quedó en mitad de dos esquinas.
—Creo que deberíamos apostar algo—apuntilló Sergio, cuando metió dos pelotas en dos jugadas.
—¡Claro! Ahora que estáis ganando, no te fastidia…
—¿Tienes miedo, Miriam?—le picó.
—Pues no. ¿Qué apostamos?—entró al trapo de mala manera.
El seductor Sergio sonrió al darse cuenta que se había salido con la suya. Ya tenía a Miriam metida en el bote para apostar algo. Miró a su amigo, que negó con la cabeza varias veces.
—No tío, no apostamos nada, qué no llevo casi dinero.
—No tiene por qué ser económico.
—¿Qué?—preguntó Paula.—Nada de apuestas, que con presión seguro que perdemos.
—Qué negativa—cuchicheó Gabriel aposta. Paula se giró con las mejillas coloradas pero no dijo nada, él, en cambio, sonrió por dentro al ver la ternura de su gesto.
—Bueno va, quién pierda, paga la comida de mañana—finalizó la morena.
Todos asintieron conformes y siguieron con el juego.
Al acabar Sergio, continuó Gabriel, quién dejó a todos fascinados metiendo tres de golpe.
—Mmm, se pone interesante.

miércoles, 3 de febrero de 2016

¿Te acuerdas de mí?

#4

—En persona, por supuesto—farfulló muy flojito.
—Las que has tenido, ¿cómo han sido?—le retó. Acercó más su cuerpo al de ella, sin darse cuenta, y apoyó la cabeza en ambas manos; como si le estuviese contando lo más interesante del mundo.
La chica notó la calentura cubrirle todo el cuerpo, y empezó a dudar de si su abrigo no era demasiado grueso para aquel temporal. El viento que le azotó negó aquella hipótesis.
—Pu…pues, en persona—mintió.
Los únicos roces que había tenido con chicos habían sido por WhatsApp, o, rebuscando entre sus recuerdos, por el poco usado Tuenti. Tal vez aquel odio hacia las relaciones virtuales era debido a que las otras habían sido un auténtico desastre.
Miriam alzó las cejas, pero no dijo nada, siguió de lo más entretenida observando a aquellos dos conversar. Empezó a notar cierto jugueteo en el tono de Gabriel que le hizo alertarse. ¿Qué tramaba aquel chico con su mejor amiga?
—¿Y qué tal?
—Bien—volvió a contestar escuetamente. ¿Qué podía decir? No tenía ni idea de lo que hablaba.
—¿Te lo estás inventando?—urgió en la mentira.
—No.
El rotundo “no” le alarmó. Tal vez tuviese razón, ¿y por qué no iba a tenerla?—se dijo a él mismo. ¿A caso una chica como ella no debía tener ningún ex a sus espaldas?
—¿Lo conozco?—preguntó, en vez de disculparse.
—Quién sabe.
Se miraron de nuevo a los ojos. Paula con el ceño fruncido y Gabriel con las comisuras de la boca tensas. Dejaron el tema. Se había convertido de una conversación a un reto, y a ninguno le gustaba eso.
Miriam carraspeó. Necesitaba encontrar un punto fijo en el humor de aquellos dos.
—¿Y si nos vamos? Nos queda media hora para llegar.
—Me parece bien—le siguió Sergio.  
Cogieron sus mochilas, se las pusieron en la espalda y dieron media vuelta hacia la misma cafetería donde estaba Paco. El camino fue corto, más que al llegar. Tal vez porque iban más rápido y esta vez ninguno de los cuatro había mencionado una palabra.

 .........
—¿Y por qué tenemos que ir?—preguntó Paula repantigada en el sofá de la habitación.
Eran las ocho de la tarde, el Sol hacía tiempo que se había escondido y las dos amigas acababan de ducharse.
—Pues porqué es la primera vez que nos invitan a un sitio así. Y no pretenderás quedarte toda la excursión aquí metida ¿verdad?—Miriam alzó las cejas, rebuscó entre su maleta la bufanda roja.
—Pero es que no nos van a dejar entrar Miriam…—le regañó.
No quería ir al casino con Gabriel y Sergio. Había sido idea del moreno la quedada, y no le parecería mala idea si no fuese por qué hacía un frío de mil demonios y no tenía ganas ni de moverse.
—¡Qué sí que nos dejan! Maquíllate más y ya.
—Nunca me maquillo.
—Jolín Paula, deja de poner pegas—renegó la chica.
Se puso las botas que había llevado por la mañana y se acercó a su amiga. Ya estaban listas, pero Paula aún estaba decidiéndose en el color de la base.
—Deja, yo lo hago—le arrebató la brocha y con suaves pinceladas le dijo:—aparte, están muy buenos.
Paula se carcajeó negando con la cabeza. Dejó que su amiga le maquillase e intento pensar positivamente. Seguro que se lo iban a pasar bien—se convenció.
Cuando acabaron, cogieron los abrigos junto con los guantes y bajaron por el ascensor. Al llegar al hall, Sergio y Gabriel hablaban apoyados en la puerta. No se percataron de su presencia, hasta que la morena tropezó con las botas.
—¿Estás bien?—preguntó Sergio, cogiéndole del brazo. Había llegado a tiempo antes de que la chica se hubiese dejado los dientes en el suelo.
—Sí, sí—murmuró muerta de vergüenza.
Enderezó su espalda y maldijo las horribles botas. Ya sabía que se iban a cachondear de ella. Parpadeando con disimulo les dijo a los tres que le observaban:
—¿Nos vamos ya?
Asintieron al unánime, dirigiéndose hacia el local que solo sabían los chicos. Ellas, los siguieron por detrás, y Paula, sin poder morderse la lengua, cuchicheó:
—¿Tenías hambre?
Miriam le golpeó un brazo mientras se echaban a reír. Continuaron caminando tiritando de frío.