Miriam
comía las galletas mientras observaba a la gente. Allá donde le rodeaba estaban las
personas pendientes del móvil. No veía conversación en ningún sitio. ¿Dónde
habían quedado las relaciones de verdad?
Con
lo romántica empedernida que era ella, esos gestos le molestaban una
barbaridad.
—¿Qué miras?
La
pelinegra miró a su amiga y le señaló la pareja de adolescentes que no dejaban
el móvil ni un segundo.
—No
hay nadie que no tenga el móvil en la mano.
—Ah,
ya.
Sergio
observó lo que las dos chicas decían. Era verdad, continuamente veía a la gente
caminar mirando el móvil, sin tan siquiera ver si podían ser atropellados por
un coche. Él no podía criticar aquello, pues era una víctima más del teléfono.
—¿Y
qué pasa?—inquirió Gabriel masticando.
Paula
arqueó las cejas, pero no dijo nada, dejó que Miriam contestase por ella. Sabía
lo que iba a decir, pues ellas dos habían hablado sobre el tema durante horas.
Criticando a todo aquel que era manejado por las redes sociales y no hablaba
con las personas.
—Pues
que así pierdes muchísima comunicación con la gente. Míralos: ¿para qué quedas
con una persona si vas a estar pendiente de que te envíen un mensaje?
—Yo
creo que no es así—repuso el moreno. Se recostó bajo su espalda y bostezó,
dando pie a que Paula protestase.
—¿Y
por qué?
—Pues
porqué puedes conectar con gente de otros países, o de otras ciudades. Y si un
familiar o un amigo se van lejos puedes hablar con él.
—Sí,
bueno, por una parte sí. ¿Pero por la otra?
—¿Qué
otra parte?—curioseó Sergio.
—Hablar
con tus amigos como lo estamos haciendo nosotros ahora mismo, y por qué no
podéis usar el móvil, que si no…
Gabriel
tiró el papel de albar a la basura, volvió a sentarse y prosiguió con su
defensa hacia los móviles.
—Todo
tiene un límite, y puedes sobrepasarlo, como lo hacen ellos, o no—señaló a los
chicos que seguían pendientes del WhatsApp.
—¿A
qué te refieres?
Esta
vez fue Miriam la que frunció las cejas. ¿A caso iba a dar una respuesta
coherente?
—A
que creo que cuando quedas con una persona es para hablar con ella, no estar
pendiente del móvil, pero lo bueno es que…
—No
hay nada bueno—se interpuso Paula. Dejó las gafas en su funda y se apretó el
puente de la nariz.
—Lo
bueno—ignoró a la castaña.—Es que si tienes una relación puedes hablar con esa
persona durante todo el día, sin echarla de menos en ningún momento.
Miriam
encaró todo su cuerpo hacia el muchacho, que parecía muy convencido sobre lo
que decía. Sergio no dijo ni una palabra y quién faltaba decidió pellizcarse el
muslo antes de contestarle.
—¿Y
dónde queda el misterio de echarse de menos? No digo que no tengas que hablar
por WhatsApp, yo misma lo hago. Pero, hay gente que se pasa demasiado con la
pareja, y a la hora de mirarse a la cara, ni siquiera se conocen.
Gabriel
soltó una carcajada y todos le otearon interrogantes. ¿A qué venía la
improvisada risa?
—¿De
qué te ríes?
—Esa
contestación es típica de una chica que no tiene novio. Sin que te sepa mal,
claro—defendió risueño.
Las
dos amigas se miraron y ambas negaron con la cabeza a la vez. La del pelo negro
movió su melena hacia un lado respondiendo:
—Tengo
novio desde hace once meses, chaval, y en ningún momento hemos peleado por
WhatsApp, ya que todo nos lo hemos dicho a la cara.
—¿Ah
sí?—se sorprendió Gabriel.—Pues yo creo que una relación se basa en el WhatsApp
también. Que te hablen por allí también es importante.
—¿Prefieres
una relación por internet o en persona?—preguntó Paula. Cuando fue a darle otro
bocado a su almuerzo, se dio cuenta de que de éste no quedaba ni una miga.
—Pues
en persona, claro. Un móvil no te va a dar un beso cuando lo veas, o un abrazo.
Pero, sigo creyendo que el mero hecho de hablar con alguien a través del teléfono es una buena
señal.
—¿Una
buena señal?
—Sí.
—Una
buena señal ¿de qué?—indagó la otra chica.
—A
ver,—se fijó en que todos los ojos estaban puestos en él, y siguió con el tema:—si
un chico, o una chica (desde la perspectiva que se vea), te habla por WhatsApp,
es que quiere algo. Está muy claro.
—¿Y
no puedes hablar con una persona sin que te tachen de tontear con ella?—entreveró
el rubio. Llevaba un rato escuchando y aún no había dado su opinión.
—Sí,
claro.
—Acabas
de decir, en pocas palabras, que cuando hablas con una persona es porqué te
gusta—le dijo Miriam, corrigiéndole.
—Es
que…
—No
creo que tenga que ser así—le detuvo Paula.— ¿A caso una persona no puede hacer
las cosas bien y ya está? Hablar cara a cara, quedar, tener citas…
—¡Eres
toda una romántica!—rio Gabriel.
—No—negó—simplemente
creo eso. Y también está el momento de la vergüenza. Imagínate que te ignora, o
que no te hace caso… Luego estás una semana mal.
Se
vio a ella misma haciéndolo, pero se quitó aquel vago recuerdo de la cabeza.
—Es
que hay que echarle ganas y arriesgarse. Eso está muy claro.
—¿Arriesgarse?
—Sí—le
respondió a su amigo, con una sonrisa de oreja a oreja—una chica que es capaz
de decirte lo que siente por ti, me parece de lo más atractiva.
—Sí
claro—se mofó Miriam—y si tiene unas buenas tetas y un buen culo también te
parece atractiva, no te fastidia.
—No
tiene por qué.
—Claro
Gabriel, seguro que si la más fea del instituto te dice que te quiere, a ti te
parece de lo más atractiva—habló Paula, en tono de burla.
—Pues
a lo mejor—replicó el chico, ofendido porque no le tomasen en serio.
—Ya,
ya. Lo que tú digas.
Estuvieron
durante unos segundos callados, mirándose entre sí. No se habían dado cuenta de
que la conversación había sido seguida por ellos dos solos. En algún momento
los amigos comentaron, pero nada comparado con las largas frases de ambos. Cada
uno defendía su ideología, y por ello, cada uno se pensaba que tenían razón en
lo que decían.
A
Gabriel se le cruzó una idea por la cabeza. Sin saber porque, sonrió de manera
divertida y miró a la jovencita que acababa de conocer tan solo hace unas horas.
Aquella con la que pensaba que en un futuro llegaría a llevarse bien.
—Y
tú, Paula, que prefieres: ¿relación en persona o por internet?
Sabía
lo que le iba a responder, pero quería ver las mejillas volverse rojizas, otra
vez.
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